Formidamen (I)

Tengo la belleza en casa.
Deshojo el tiempo. Veo
la material constancia,
la luz cuando se hunde,
el fuego negro y oro.
Llega el momento. Siento
las sustancias amargas,
sus rayos nucleares,
el corazón que pesa,
y el diamante, y el ruido
que al abrirse hace un árbol.
Está ocurriendo ahora,
dando a luz en el tiempo
oro a gotas, pequeñas
caléndulas que queman,
monedas repartidas
a voleo a los niños,
luces enumeradas
en un cielo sabido,
la multitud crujiente
de granos de la espiga,
las rosas incendiarias
con corona de luto,
la noche: ese zafiro
mirado desde dentro.

Ya no tengo secretos.
Amor, a ti te tengo.
Ya no tiene secretos
el mundo. Te contemplo.
Y el rayo se detiene,
quiere ser tu mirada.
Y yo no veo, muestro
el resplandor, el leve
tejido inconsistente,
la luz inmaterial,
el tesoro del día,
el temblor de las hojas
que forman la alegría,
Voy viviendo contigo
sin decirme. No explico,
ni canto. Sólo nombro
Y voy contigo, amor,
de casa en casa, y digo:
-Mirad, esto buscaba.
Y las uvas pisadas
chorrean por tus ojos.
El limón se avergüenza.
La canela transcurre
por tus brazos, espesa.

Proclamo mi evangelio.
propago la alegría
del amor: la evidencia.
Es hermosa la noche
cubierta con su veste
de luces temblorosas;
pero aún es más el día,
el cuerpo de mi amada,
la copa transparente
donde bebo el rocío.
Hermosas, las estrellas
con sus hilos colgantes,
y en lo oscuro, las aguas
de plata atropellada;
pero más, amor mío,
sentir contigo el mundo
sencillo, más sencillo,
cada vez más sencillo
como una buena nueva
que a los humildes digo.
En las cajas sonoras
no cantan las nostalgias.

Yo encontre la belleza
y ahora la tengo en la casa.
(Las resistencias del diamante. El corazón en su sitio -Gabriel Celaya-)

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