La fabula de la hormiga y la cinta transportadora.

Hubo una vez, una hormiga muy esforzada, sus músculos eran la envidia de las transportistas de la obra. Podía acarrear todo tipo de semillas.

Además confiaba mucho en sus compañeras, con lo cual, siempre llegaba a todo tipo de sitios la primera.

Tal era su fama, que la reina hormiga, que la admiraba mucho, le propuso concederle lo que ella pidiera…

-“Hormiguita, hormiguita, veo que has sido muy atenta estos años, ¿qué puedo hacer por ti?”

A lo cual le dijo la hormiga, -“déjame ser parte de los zánganos que te rodean”.

La reina, comprensiva con él, le retó a lo siguiente, -“Si eres capaz de mantenerte sano y fuerte por un año de hormiga antes del invierno, serás parte de mi colonia”.

La hormiga, embravecida por la sugerencia se dispuso a aceptar, pero la reina se aprestó a decir, -“tu trabajo, para tu bienestar, lo harás en cinta transportadora”. Sin entender muy bien el porqué de esta decisión la hormiga aceptó.

En el transcurso del año la hormiga, lo tuvo fácil en su trabajo, podía hacer después de él, todo el ejercicio que quería. Pero poco a poco, empezó a sentirse desmotivada, en la cinta transportadora llegaba a todos los lugares, cogía todos los fardos, pero las demás le miraban con envidia. La hormiga, poco a poco empezó a resentirse, empezó a dejar el trabajo para el último momento, a saltarse los días de entrenamiento y a tratarse peor a sí misma.
Sus preocupaciones le atormentaban y se decía a sí misma “no estaré apetecible para la reina”.

Un buen día, a finales del año de las hormigas, se encontró un mensaje de la reina en su cinta transportadora que rezaba así: “Por orden de la reina deben de presentarse todos los aspirantes zánganos con sus resultados”.

La hormiga estaba nerviosa, contaba con la cinta, pero había perdido la noción del tiempo y no sabía que le pedirían para ser zángano.

De camino se topó con una vieja chinche que jocosamente le mordió en una pata diciendo después: “La hormiga débil y lenta no puede con la chinche, campeón”. Furibunda, la hormiga, salió detrás de ella para atraparla, como en los viejos tiempos. Pero al cabo de 25 o 26 segundos su cuerpo estaba reventado. ¿Qué le pasaba? Su cuerpo se había acostumbrado al automatismo y no era capaz de llegar a ninguna parte con la agilidad que tenía antes, ni si quiera era capaz de coger a una vieja chinche, tampoco era capaz de analizar las cosas con calma, ni pedir ayuda.

Fue en ese momento cuando comprendió la verdad de su destino “era obrera” y ningún automatismo, sino solo ella, le podría catapultar a una mejor posición. Que todo automatismo o posición privilegiada conllevaba una preparación intensa y una serie de renuncias.

La hormiga, aliviada, decidió presentarse y cuando la reina le preguntó por su suerte y habilidades, le contó la reflexión que había sopesado y su historia.

La reina complacida, no la convirtió en su consorte, sino en su consejera. 
Desde entonces no ha faltado buen rumbo en este reino de hormigas.

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