Lao Tse enseña a Yang-chu. Relato sobre la verdadera humildad.

"Yang-chu era un discípulo de Lao Tse. Cuando oyó que este estaba viajando hacia el oeste, hacia el reino de Chin, alcanzó a su maestro en el camino, justo a las afueras de la ciudad de Liang.
Lao Tse miró a Yang-chu, a continuación miró al cielo y suspiró: "alguna vez pensé que se te podía enseñar, pero ahora sé que no puedes aprender.
Cuando Yang-chu oyó esto, quedó confundido, pero no dijo nada. Siguió a Lao Tse a la posada y sirvió a su maestro. Le dio un peine, una toalla y una jofaina de agua, y esperó pacientemente mientras su maestro se aseaba. Cuando vio que Lao Tse se sentaba por fin, se quitó sus zapatos, fue a gatas hacia su maestro y respetuosamente le dijo: "Hace un momento dijiste que yo no era susceptible de ser enseñado. Al ver que te apresurabas hacia la ciudad, no me atreví a entretenerte para pedirte una explicación. Ahora que parece que tienes algo de tiempo, me gustaría averiguar lo que he hecho mal".
Lao Tse le respondío: "Eres arrogante y altanero. No tienes respeto por nada. No es de extrañar que nadie quiera tu compañía".
Yang-chu le pidió humildemente que le enseñase. Lao Tse añadió entonces: "Una persona de virtud no se considera a sí misma virtuosa, y alguien que está iluminado no se muestra perfecto. Solo entonces has trascendido el mundo, pero sigues siendo parte de él".
Yang-chu puso inmediatamente en práctica el consejo de su maestro.
La primera vez que llegó a la posada, el posadero lo saludaba respetuosamente cada día. La esposa del posadero tenía miedo de haberlo servido bien. Los demás clientes se sentaban a una distancia respetuosa y no se atrevían a decir ni una palabra. Pero cuando Yang-chu dejó la posada para continuar su viaje, bromeaba con el posadero y era tan amistoso con los demás clientes que estos empezaron a competir para sentarse en su mesa" (Lie Tse; Lao Tse enseña a Yang-chu).

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