Lápida al perfecto idiota

Contemos hasta tres de manera sencilla: 1... 2... "3". Despertemos del sueño con alegría. Pues no, muchos seguro que no habéis despertado esta mañana con alegría, habréis despertado con un montón de obligaciones, algunas de las cuales que no tenéis ni idea de que están ahí.

No seamos gafes, que no estoy hablando de nadie en particular, ni siquiera de mi, he decidido empezar así para desmontar el estado de placer cuasi-orgásmico que nos ha llevado nuestra preciosa sociedad de bienestar en el cual se pone como medida del éxito, las ganas y originalidad que podamos tener todos y cada uno de nosotros a la hora de afrontar nuestra existencia.

Si bien, el trabajo dignifica, lo que realmente dignifica no es el resultado exitoso del mismo, sino el trabajo que ha costado el desarrollo de este y es lo que nos puede llevar a una meta más alta o un estancamiento en todos los ámbitos. La verdad de un ser humano, no es su trabajo como profesional, sino la calidad que pueda demostrar como tal a la hora de dedicarse a una meta. La meta, grande o pequeña, no puede ser dicha con simpleza, porque detrás de todos esos objetivos y detrás de todas esas preparaciones hay una historia que contar. Si esa historia no merece la pena ser contada, tendremos la sensación de que nos hemos faltado al respeto a lo largo de esta vida.

La lápida al perfecto idiota es para aquel que se moje y tenga éxito con lo que hace, ya que no hay ser más desgraciado que aquel que deja atrás sin modo alguno de volver, todo lo que quiere. Para que nos entendamos es bravura, como la bravura de los toros de lidia, que siempre embisten, pero que siempre son engañados, se les da una despedida de reyes mortal (como la del querido Julio Cesar) y solo aquellos que siguen adelante pese a todo son los que auténticamente viven para contarlo. Esa es la verdad que veo de España y ahí está la lápida al perfecto idiota, el que nunca ha parado de embestir, a tenido la gracia de la gente y sigue vivo. He ahí las bravas astas del toro.

Hoy día, en vez de suplicar por tu vida o seguir adelante, nos hace efecto un tranquilizante, a traición, que nos impide dar lo mejor con nuestro esfuerzo, y convierte el esfuerzo español en una árida respuesta carente de todo anticipo conjugando las respuestas de la furia y el contento, haciéndonos caer en un sueño esmeralda de incontables estancias y libros.

El toro embiste contra los sueños, no contra la realidad, descendiendo de manera vertiginosa a las ideas mismas. La feminidad de las gallinas se impone a la hombría del gallo.

A este sueño de bienestar le aplicaría el viejo dicho de: "Los huéspedes dos alegrías nos dan: cuando vienen y cuando se van". Pues eso mismo, al bienestar solo le queda largarse para que seamos felices y sino, mira como, cuando todos somos pobres, nadie abre la boca cuando sale al ruedo y más bien corre y corre para que nunca le pille el toro.

Por favor, una "lápida al perfecto idiota".

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