Hablemos de aduladores y halagadores

Todos, alguna vez, nos hemos sentido halagados, pero ¿os habéis dado cuenta, desde la sinceridad, si os estaban adulando? ¿qué diferencia hay?

No es mi intención el hacer una exégesis sobre cuándo una persona te está adulando o halagando, ya que vienen a ser lo mismo, una viene del latín (adulor, adular o acariciar) y otra del árabe hispánico (haláq o palomo ladrón), la palabra latina, sin embargo, tenía un epitafio muy curioso, micotrogus o el que roe o recoge las migajas de la comida ajena, osea, que estamos hablando de la misma idea, que sería universal, solo que adular es a la acción (a la cual le añadimos el resultado) y halagar es a la acción con resultado.

Fuera de disquisiciones académicas, ¿cuál sería el problema? ¿por qué amar, de más, es malo? Me gustaría dejaros que saquéis las conclusiones que queráis con el siguiente cuento y su enseñanza.

"Era un hombre que tenía un hijo al que amaba profundamente. Por algún motivo se vio obligado a viajar y tuvo que dejar a su hijo en casa. El niño tenía ocho años y su padre sólo vivía para él. Habiéndose enterado de la partida del dueño de la casa, unos bandoleros aprovecharon su ausencia para entrar en ella y robar todo lo que contenía. Descubrieron al jovencito y se lo llevaron con ellos, no sin antes incendiar la casa.
Pasaron unos días. El hombre regresó a su hogar y se encontró con la casa derruida por el incendio. Alarmado, buscó entre los restos calcinados y halló unos huesecillos, que dedujo eran los del cuerpo abrasado de su amado hijo. Con ternura infinita, los introdujo en un saquito que se colgó al cuello, junto al pecho, convencido de que aquellos eran los restos de su hijo. Unos días más tarde, el niño logró escapar de los perversos bandoleros y, tras poder averiguar dónde estaba la nueva casa de su padre, corrió hasta ella e insistentemente llamó a la puerta.
-¿Quién es? -preguntó el padre.
-Soy tu hijo -contestó el niño.
-No, no puedes ser mi hijo -repuso el hombre, abrazándose al saquito que colgaba de su cuello-. Mi hijo a muerto.
-No, padre, soy tu hijo. Conseguí escapar de los bandoleros.
-Vete, ¿me oyes? Vete y no me molestes -ordenó el hombre, sin abrir la puerta y aprisionando el saquito de huesos contra su pecho-. Mi hijo está conmigo.
-Padre, escúchame; soy yo.
-¡He dicho que te vayas! -replicó el hombre-. Mi hijo murió y está conmigo. ¡Vete!
Y no dejaba de abrazar el saquito de huesos.

El Maestro dice: El apego, ¿te deja ver?, ¿te deja oír?, ¿te deja comprender? El apego te aferra a lo irreal e ilusorio y cierra tus oídos a lo Real y Trascendente" (Mi hijo está conmigo).

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