Cosas que me llaman la atención de Nietzsche

"-Avidez y amor: ¡qué diferentes sentimientos evocan estas dos palabras! -y, a pesar de ello, bien pudiera ser el mismo instinto designado desde dos puntos de vista, por un lado, como sentimiento vilipendiado desde el punto de vista de los que ya se han librado de él, en los que el instinto se ha tranquilizado en alguna medida, y que ahora temen por su "posesión"; y, por otro lado, desde el punto de vista de los insatisfechos aunque aún sedientos, y que por eso glorifican el instinto como "bueno". Nuestro amor al prójimo, ¿no es un impulso hacia una nueva propiedad? ¿Y es otra cosa igualmente nuestro amor por el saber, por la verdad y, en general, todo ese impulso convulsivo de novedades? Progresivamente nos cansamos de lo viejo, de lo que ya seguramente se ha poseído, y extendemos de nuevo nuestras manos: incluso el más bello paisaje en el que vivimos tres meses no puede ya confiar en nuestro amor, pues cualquier costa más lejana excita nuestra avidez: la mayoría de las veces la posesión se empequeñece cuando ya se posee: Nuestro placer en nosotros mismos quiere mantenerse en pie de un modo tal, que continuamente se llama precisamente poseer. ¿Qué significa cansarse de una posesión?: cansarse de uno mismo. (También se puede sufrir por tener mucho -también el deseo de desechar, repartir, puede recibir el honorable nombre de "amor"). Cuando vemos sufrir a alguien, nos gusta aprovechar la oportunidad allí ofrecida para apoderarnos de él, no otra cosa hace, por ejemplo, el hombre benevolente y compasivo, también él llama "amor" al deseo que en él ha despertado la nueva posesión, y goza allí como si le llamara una nueva conquista. Ahora bien, el amor sexual se delata más claramente como impulso compulsivo de propiedades: el amante no quiere otra cosa que la posesión exclusiva e incondicional de la persona anhelada por él; asimismo, quiere un poder incondicional tanto sobre su alma como sobre su cuerpo, quiere ser amado exclusivamente, vivir y dominar sobre la otra alma como si fuera lo más alto digno de ser deseado. Compruébese cómo esto no significa otra cosa que excluir a todo el mundo de un precioso bien, felicidad y goce; compruébese además cómo el amante persigue el empobrecimiento y la miseria del resto de los que compiten, y quiere convertirse en el dragón guardián de su dorado tesoro como el más irrespetuoso y egoísta de todos los "conquistadores" y exploradores. Compruébese, finalmente, cómo para el propio amante el resto del mundo le resulta indiferente pálido, carente de valor y cómo está dispuesto a soportar cualquier sacrificio, a destruir todo orden y a subordinar todo posible interés. Si se comprueba todo esto, sorprende cómo, de hecho, esta salvaje avidez e injusticia del amor sexual ha podido ser ennoblecida y divinizada como lo ha sido en todos los tiempos; incluso sorprende que de este amor haya surgido el concepto de amor como opuesto al egoísmo, cuando precisamente es quizá la expresión más ingenua de egoísmo. Resulta evidente que han sido los que no han poseído y los que han deseado quienes han acuñado aquí los usos lingüísticos -ciertamente, siempre abundaron éstos. A aquellos que, en este terreno, se les ha concedido a menudo una gran posesión y hartazgo, bien han podido realizar alguna observación de pasada acerca de ese "demonio iracundo", como es el caso de ese ser tan amable y tan amado por todos los atenienses: Sófocles. Ahora bien, Éros siempre se ha reído de semejantes injuriadores -es más, éstos fueron precisamente siempre sus preferidos. Sin duda en este mundo existe de vez en cuando una especie de continuación del amor, en la que aquel ávido anhelo mutuo de dos personas sí ha abierto el camino a un nuevo deseo y avidez, a una sed común superior por un ideal que se encuentra por encima de ellos: ¿quién conoce este amor? ¿Quién ha hecho esta experiencia? Su verdadero nombre es amistad (Nietzsche; La ciencia jovial, libro 1º, todo lo que se llama amor -nº14-).

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