Una maracenera mu retutuyúa

Data esta historia del año 1876 en el cercano pueblo de Maracena. Según cuenta este relato, esta maracenera contrajo matrimonio con un lugareño, que al parecer, era más feo que Picio. La mujer, por el contrario, gozaba de gran belleza y era altiva y presumida, lo que en Graná se llama mu retutuyúa. Pero la convivencia conyugal duró sólo dos días, pues al tercero la mujer se fugó, trasponiendo Despeñaperros y asentando sus reales en Madrid, dejando al pobretico marido abandonado a su suerte.
Pasaron los años (cinco concretamente) y la buena señora se presentó un día de finales de agosto de 1881 en el pueblo, hospedándose en la casa de sus hermanos. Invitó amablemente a su todavía marido, para que le hiciera una visita y hablar un ratico de los viejos tiempos. Una vez hubo llegado el desgraciado marido, tras un frío saludo, se enfrascaron en una acalorada discusión, pues él quería vivir con ella a toda costa y la esposa se negaba en redondo. La temperatura de la discusión fue creciendo hasta tal punto, que la buena señora, amparada por sus hermanos, le dio al desgraciado marido una soberana paliza que lo dejó dehtrosao, volviéndose después a Madrid como si tal cosa. Además de abandonao, apaleao.
A resultas de esta situación, el marido le puso una demanda querellándose por la desobediencia de su señora, y preguntada la esposa por el juez sobre los motivos de su negativa a vivir con su marido le contestó esta de forma altanera: ¡no quiero vivir con mi marío, porque eh mu feo e'lhioputa! La persuasión y buenas palabras del juez no pudieron convencer a la mujer de sus obligaciones maritales. Inútiles fueron sus indicaciones, la mujer se negó rotundamente.
El marido, por su parte, decía que no estaba dispuesto a privarse de una mujer tan guapa como la que tenía, que la pedía porque era suya, que para eso se casó con ella. Insistiendo cada uno en sus argumentos, no fue posible la conciliación.
El marido recordaba, con lágrimas en los ojos, su perdida de felicidad, la ventura aquella que gozó los dos días siguientes de su boda. La esposa pretendió demostrar que su actitud era justificada, llamando la atención del juez acerca de lo feo que era su marido. -¡Pero no ve uhté que eh máh feo cun tiromierda! -decía la mujer como único argumento. Por último, el juez le dijo algo que picó su amor propio e insistiendo ella en su tenaz negativa, fue condenada a las costas del acto de conciliación, elevándose por su cónyuge la oportuna demanda al Tribunal superior del partido judicial, por lo visto... para sentencia.

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