¿Qué ideología tiene FEMEN?

"De la conciencia política nace el compromiso, del compromiso nace la acción, de la acción nace la revolución.
La ideología de FEMEN es un absoluto, la búsqueda de una sociedad ideal en la que la concepción de las relaciones humanas binarias y de género sería abolida, y en la que cada individuo se reconocería como igual al otro. Nuestro objetivo es superar las problemáticas individuales, las particularidades culturales, políticas, nacionales y religiosas. Nuestro objetivo es emancipar a mujeres y hombres del yugo sexista que la sociedad les impone. Que nuestras relaciones se rijan por un solo y único principio: la igualdad. Proclamamos la indivisibilidad del ser humano.
FEMEN es un movimiento feminista, y por tanto humanista, que se inscribe en la lucha contra la explotación de un grupo por otro. Desde el momento en que se establece y legitima una relación de poder, se instala una violenta relación de fuerza, origen de las desigualdades más intolerables.
Aunque la liberación de las mujeres ocupa el lugar central de nuestro compromiso, también tomamos parte en la lucha contra el racismo, la homofobia, la extrema derecha, el fascismo y el integrismo religioso, con el fin de continuar recorriendo los caminos de esta utopía. Declaramos la guerra a cualquier forma de dominación como condición sine que non para toda posibilidad de existencia de un sistema igualitario.
FEMEN vio la luz en la sociedad ucraniana postsoviética, pero su internacionalización ha conferido una dimensión universalista a las reivindicaciones que queremos exponer en estas páginas. Nos consideramos herederas de los movimientos feministas históricos que participaron en el esfuerzo de teorizar sobre la condición femenina, y que suscitaron en la sociedad cambios de importancia decisiva. Y aunque nosotras mismas somos las primeras beneficiarias de dichos progresos en las leyes y en las convenciones sociales, cuyo más alto representante institucional es la Declaración Universal de los Derechos Humanos, también somos conscientes de que nuestro ideal igualitario, lejos de haber sido alcanzado, está siendo constantemente traicionado. El mundo en que nos movemos sigue siendo el de los hombres. El espacio público les pertenece y respalda; siempre latentes, las afirmaciones integristas y nacionalistas afloran periódicamente a la superficie con una brutalidad constante. El control de los nacimientos, el divorcio, la igualdad salarial, la libertad para moverse, para emprender, para expresarse, el respeto a la integridad del cuerpo, son blancos permanentes de los ataques de las distintas corrientes conservadoras. El constante resurgir de actos extremistas y violentos, cometidos contra las mujeres, se impone como síntoma del fracaso del modelo de sociedad que nuestras autoproclamadas democracias nos proponen. Tomar conciencia, no solo como mujer sino, por encima de todo como ser humano, de la crueldad que un sistema semejante puede engendrar, nos conduce a la constatación de un estrepitoso fracaso.
Lejos de situar la lucha feminista al margen de toda historicidad, tampoco querríamos, a riesgo de limitar su poder potencial de revolución absoluta, circunscribirla a un lugar ni a una época, y menos aún otorgar su monopolio a un sexo o a un grupo social específico. Si todas y todos estamos obligados a sentir la desigualdad en nuestro ser y nuestra carne, esto significa que dicha desigualdad es consustancial a nuestra existencia y a los sistemas que la estructuran. Ahora bien, en el terreno de la libertad absoluta, existiría tanta diversidad entre los individuos como personas en la sociedad; tanta como diferencias de sexo, de edad, de disposición y de vocación existen, porque la igualdad no significa uniformidad. La incapacidad de nuestras sociedades para alcanzar este nivel de perfección proviene de los mecanismos que las fundan, y no de nuestra idiosincrasia, que es cambiante por naturaleza. Por lo tanto, es con los cimientos que estructuran nuestro mundo con los que debemos enfrentarnos.
Hemos escogido el concepto de "patriarcado" para denominar a esta forma de organización social, jurídica y económica, en la que la autoridad es detentada por los hombres. Este término nos permite enfocar nuestra mirada sobre la especificidad de la opresión y de la injusticia que sufren las mujeres como grupo social.
En las sociedades patriarcales, en las que el hombre detenta y ejerce mayoritariamente el poder (político, económico, religioso y familiar) las mujeres, sea cual sea su estatus social o el lugar del mundo en el que se encuentren, todavía se ven obligadas a luchar contra la opresión sexista. Contentarse con reformar este sistema sería imposible porque, al igual que un vendaje mal colocado, la reforma no haría sino enmascarar la permanencia y persistencia de las relaciones de dominación que estructuran y gangrenan nuestras sociedades y nuestra forma de pensar.
Una vez tomada conciencia del hecho de que todas y todos vivimos en un universo fundado sobre la desigualdad de los sexos, el sentimiento de rebelión contra el orden establecido se impone. Posteriormente, aprendiendo a pensar por nosotras mismas, fuera de las normas y los códigos que este mundo opresor nos dicta, adquirimos conciencia de la responsabilidad política y moral que tenemos los unos hacia los otros. La acción frontal se nos muestra entonces como una necesidad imperiosa, como la única forma posible de expresar esta rebelión. La experiencia y la historia nos han enseñado que, en la búsqueda de la conciencia política, no hay sustituto que pueda igualarse en poder a la confrontación. La unión y la resistencia física y pacífica son las armas imprescindibles para hacer frente a los mecanismos reaccionarios que se oponen sistemáticamente a toda fuerza que pretenda invertir el estado actual de las cosas. No obstante, nuestro ideal de igualdad solo puede alcanzarse mediante un cambio total de paradigma, una ruptura radical con la ideología patriarcal dominante. FEMEN se presenta como instrumento de lucha contra este sistema.
Mediante la alianza y el levantamiento internacional de todas las mujeres conscientes del estado de sumisión que su nacimiento les impone, conseguiremos crear el contexto en el que la revolución se hará no solo posible, sino también y ante todo inevitable. Evidentemente, esta revolución afectará al ámbito más íntimo de nuestra percepción, puesto que la revolución debe operarse en primer lugar en nosotras mismas. Pero acto seguido, mediante una propagación pandémica, este cambio impregnará todos los ámbitos de nuestra vida, definirá un nuevo modelo de relación y nos permitirá considerar la alteralidad de un modo nuevo. Adoptar un ideal igualitario es pasar del poder de unos sobre otros a la responsabilidad de cada uno para con los otros; de una sociedad en la que nos definimos los unos contra los otros a un espacio común, en el que nos definimos los unos junto a los otros.
En esta búsqueda activa del despertar político que invocamos con nuestros deseos, y que culminaría con la abolición total del modelo patriarcal y de los sistemas que garantizan su perpetuación, hemos identificado tres pilares que debemos combatir: las dictaduras, la industria del sexo y las religiones" (Manifiesto FEMEN; "Ideología").

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