Los amantes de la Torá

Una noche se encontraron Rabí Jiyá y Rabí Yose junto a la torre de Tiro y se alegraron mutuamente de verse. Rabí Yose dijo: "¡Qué alegre estoy de ver el rostro de "Schejiná"! Porque durante todo mi viaje me incordió el rechinar de un viejo carretero que no se cansaba de importunarme con tontas preguntas como: "¿Cuál es la serpiente que vuela por el aire mientras en sus dientes se posa imperturbable una abeja?", o "¿qué es lo que comienza en unión y acaba en separación?", o "¿qué águila es la que tiene un nido en el árbol que aún no existe y cuyos polluelos son diezmados por criaturas que aún no fueron creadas, y en un lugar que no es?", o "¿quiénes son los que cuando suben bajan y cuando bajan suben?", o "¿quién es la hermosa virgen que no tiene ojos y que su cuerpo está oculto y, sin embargo, revelado, revelando en la mañana y oculto durante el día, y está adornado con ornamentos inexistentes?". Y así estuvo mortificándome durante todo el camino. Pero ahora tendré al fin paz y tranquilidad y podremos dedicarnos a discutir la Torá y no derrochar nuestro tiempo en una charla vacía".
Rabí Jiyá dijo: "¿Sabes algo de ese anciano?"
Rabí Yose respondió: "Sólo sé que nada hay en él porque de haberlo hubiera expuesto algunas palabras de la Escritura, y hubiéramos invertido ese tiempo en algo provechoso".
Rabí Jiyá preguntó: "Está ese anciano en esta casa? A veces suele pasar en vasijas de apariencia vacías puedes encontrar un grano de oro".
Rabí Yose replicó: "Sí, está aquí, aprestando el alimento de su burro".
Entonces llamaron al carretero y lo primero que dijo el anciano al acercarse fue: "¡Ahora los dos se han vuelto tres y los tres uno!"
Rabí Yose dijo: "Ya te he dicho que sólo dice cosas sin sentido".
El anciano se sentó con ellos y dijo: "Señores, sólo hace muy poco tiempo que tengo este oficio. Y tengo un hijo joven a quien envié a la escuela, y que se me gustaría que estudiara la Torá. Por eso cada vez que se me cruza un estudioso lo sigo, pero hoy no he aprendido nada nuevo".
Rabí Yose habló: "Hay una cosa que me sorprendió por encima de todas las necedades que ha dicho un hombre de tus años".
"¿A qué te refieres?", preguntó el viejo.
Rabí Yose dijo: "Eso que has dicho sobre la bella virgen y todo lo demás..."
Tras un largo discurso, el anciano hizo una pausa, que aprovecharon los dos rabíes para prosternarse ante él, y llorando, dijeron: "Si hubiéramos venido a este mundo sólo para oír las palabras de tu boca, hubiera sido suficiente". El dijo: "Compañeros, en realidad yo no comencé a hablaros para deciros lo que habéis oído hasta ahora, porque un viejo como yo no debe limitarse a un dicho que suena como una simple moneda en una jarra. Que multitud de hombres viven en la confusión, sin percibir el camino de la verdad que hay en la Torá, pese a que la Torá los llama todos los días con amor y los desdichados ni siquiera vuelven la cabeza. Es justo dejar salir una palabra para que emerja por un instante de su envoltura y acabe ocultándose de nuevo. Pero la Torá hace esto sólo para aquellos que la comprenden y la obedecen.
Ella es como una hermosa y digna doncella que se oculta en una secreta habitación del palacio, y tiene un amante que sólo ella conoce. Por amor a ella, él pasea delante de su puerta incansable y dirige sus ojos en todas las direcciones para encontrarla. ¿Qué hace ella al saber que él merodea su palacio? Abre por un instante la puerta, descubre por un momento su rostro para que lo vea el amante y apresuradamente lo vuelve a esconder. Nadie, salvo él, lo advierte, pero su corazón y su alma, y todo lo que hay en él se consumen de amor por ella. Sólo él sabe que ella se mostró para hacerle saber que lo ama.
Lo mismo ocurre con la Torá, que revela sus secretos sólo a los que la aman. Ella sabe que los que son sabios de corazón se acercan cada día a su puerta. ¿Qué hace ella? Muestra su rostro desde su palacio, haciendo una señal de amor y desapareciendo de inmediato. Sólo él capta su mensaje, y su corazón, su alma y todo su ser sienten la atracción. De esa manera, la Torá revela su amor fresco de sus amantes. Y ése es el camino de la Torá. En el comienzo, cuando quiere revelarse a un hombre, le hace señales. Si él las entiende, bien está; pero si no, lo manda llamar y le dice: "Simplón", y dice a sus mensajeros: "Decid a ese simplón que venga y hable conmigo". Como está escrito: "Quienquiera que sea simplón, que venga aquí". Y, cuando él llega, ella le habla detrás de una cortina tendida sobre sus palabras, para que comprenda poco a poco. Esto es conocido como "Derascha" (Proverbios 9; 4). Después le habla detrás de un delgado velo, utilizando adivinanzas y parábolas, y a esto se llama "Hagadá".
Cuando, por fin, él se siente cerca de ella, se le muestra cara a cara y habla de todos sus misterios ocultos y le abre todos los caminos misteriosos que guarda desde tiempos inmemoriales en lo más secreto de su corazón. Entonces cada hombre es un verdadero adepto de la Torá, un "dueño de la casa", porque ya conoce todos los misterios y nada se le oculta ya. Ella le dice: "¿Has visto cuántos misterios había en la señal que te hice al principio?" Es cuando él comprende que es imposible agregar o quitar ni una palabra de la Torá, ni siquiera un signo o una letra.
Por eso, los hombres deben seguir la Torá con todo su poder para llegar a ser amantes, como os lo he mostrado".

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